septiembre 22, 2010

Capítulo 0

Cuando uno no sabe cómo empezar a contar algo, lo mejor es arrancar por el principio.

Hay un culpable de tanta melancolía hecha blog. Hay una razón para tener el corazón con agujeritos, y para necesitar este desahogo.
Llamémosle Esteban.

Esteban y yo nos conocimos en la facultad. Bastaron algunos cruces de miradas para que timidamente comenzara a hablarme, cada clase un poquito mas, o cuando nos cruzábamos, cada vez mas seguido aunque casualmente por los pasillos. Y se empezó a sentar al lado mío y a darme conversación durante las clases. E intercambiamos direcciones de mensajeros electrónicos y continuamos nuestras charlas en la web.
Hasta que un día me invitó a salir.
Fuimos a tomar algo a un barcito cualquiera, y un par de bebidas terminaron convirtiéndose en toda una noche juntos. Una noche en la que no hubo mas que palabras, miradas, silencios, y después mas palabras. Ni un beso, ni un acercamiento, nada.
Pero fue apenas la primer noche de tantas juntos.

Volví a mi casa mientras asomaba el sol, con bastante confusión. Realmente me había gustado Esteban, me había sentido muy cómoda con él, habíamos tenido una conversación muy amena, teníamos muchas cosas en común, pudimos charlar de un modo muy abierto y franco y empezamos a conocernos el uno al otro, después de semanas de tenernos en la mira. Pero cuando subí al taxi para irme, me saludó con un beso descuidado en la mejilla. ¡Y ese fue el mayor acercamiento en toda la noche!
Mil cosas me daban vueltas la cabeza... ¿Sería que yo no le gusté? ¿Hice algo mal? ¿Dije algo malo? ¿Me tendría que haber arreglado mas? O capaz que solamente me quería coger, y como no le dí pie, me manda a freir churros... ¿O pensará que soy fea? Bueno, sí, no soy la mas linda de la facultad, pero si me invitó a salir por algo es... Capaz que se tiró el lance de agrandado nomás, pero que en realidad nunca quiso salir conmigo...

Pero al ratito de llegar a mi casa me despejó todas las dudas con un mensajito de texto.
Y después otro, y otro.
Una catarata de mensajes se sucedieron durante el resto del fin de semana, y me dejaron en claro que simplemente era tímido. Y además, un caballero.
Y que, por lo visto, este caballero tímido estaba loco por mí.

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